Crisis y reinvención de los medios de comunicación tradicionales en EE.UU.
No es una sorpresa que los medios de comunicación tradicionales en Estados Unidos, en particular las grandes cadenas de prensa profesional atraviesen una crisis gradual y continua desde la irrupción de internet como herramienta de búsqueda, generación y análisis de noticias. Este fenómeno ha provocado una drástica pérdida de audiencia e ingresos, impactando especialmente a los medios impresos, como periódicos y revistas, que han quedado casi obsoletos frente a la inmediatez y accesibilidad de las plataformas digitales.
La proliferación de las redes sociales ha amplificado esta crisis al permitir la difusión de opiniones y contenidos de cualquier usuario, democratizando la información y generando una diversidad de pensamiento sin precedentes. No obstante, este proceso también ha traído consigo la desinformación, erosionando la influencia de la prensa tradicional en la formación de la opinión pública. Para mantener su estatus, muchos medios se alinearon con intereses políticos y económicos, construyendo narrativas que no siempre reflejaban la realidad de los hechos y, en algunos casos, cayendo en una propaganda burda que se contradecía con los acontecimientos.
Otro error ha sido asumir que los debates en redes sociales reflejan fielmente el sentir de la sociedad en su conjunto, sin considerar a sectores silenciosos que pueden representar un amplio espectro de la población. Además, las redes están dominadas por comunidades con posturas dogmáticas, ignorando que las ideas, como todo en la naturaleza, están sujetas al cambio.
Esta lucha de narrativas ha profundizado la crisis de los medios tradicionales, afectando el rigor periodístico y desacreditando trabajos sustentados y objetivos solo porque no coincidían con la corriente dominante. Como consecuencia, la credibilidad de las grandes cadenas mediáticas en EE.UU. ha sufrido un deterioro progresivo, especialmente al vincularse con posturas ideológicas definidas, como el progresismo DEI o el Wokismo. Esta situación ha llevado a que la prensa, en vez de ser un baluarte de la libertad de expresión, sea percibida como un instrumento de censura al servicio de intereses políticos y del «estado profundo».
Paralelamente, la diversidad de periódicos, revistas, radiodifusoras y canales de televisión se ha visto reducida por la concentración en conglomerados mediáticos. No obstante, esta crisis ha abierto espacio para nuevas voces: blogueros, influencers, pódcasts y canales independientes de internet han logrado captar una audiencia significativa.
Con la llegada al poder de Trump 2.0, incluso antes de su asunción, se produjo un giro de 180° en algunos de los principales medios tradicionales, así como en conglomerados digitales como X y Facebook, que han comenzado a desmantelar sus programas DEI.
Jeff Bezos, propietario del Washington Post y de Amazon, puso el dedo en la llaga al redefinir la línea editorial del diario, tradicionalmente alineado con el Partido Demócrata. Esta decisión ha generado fuertes discrepancias internas, especialmente tras la negativa del periódico a respaldar la candidatura de Kamala Harris. En un artículo de opinión publicado el 28 de octubre titulado «La dura verdad: Los estadounidenses no confían en los medios de comunicación», Bezos declaró:
«En las encuestas públicas anuales sobre confianza y reputación, los periodistas y los medios de comunicación han quedado habitualmente cerca del último puesto, a menudo justo por encima del Congreso. Pero en la encuesta Gallup de este año, hemos logrado quedar por debajo del Congreso. Nuestra profesión es ahora la menos confiable de todas. Algo que estamos haciendo claramente no está funcionando.»
El dueño del Post enfatizó que la mayoría de la gente percibe a los medios como tendenciosos y que quienes ignoran esta realidad están condenados al fracaso. Reconoció que los diarios ganan premios, pero solo dialogan con una élite reducida y se han desconectado del público general.
La postura de Bezos ha tenido consecuencias: la cancelación de más de 200,000 suscripciones digitales (aproximadamente un 8% de la circulación pagada del diario) y la renuncia de figuras clave como Robert Kagan, editor general y prominente ideólogo neoconservador. Además, el USA Today también anunció que no apoyará la candidatura de Harris, en una muestra más del sismo que atraviesa el periodismo tradicional.
Hacia una nueva prensa: equilibrio, objetividad y pluralidad
La reinvención editorial del Washington Post tuvo su punto culminante el 26 de febrero, cuando estableció dos enfoques estratégicos en su contenido de opinión: el libre mercado y las libertades personales, eliminando de facto la vertiente progresista que lo había caracterizado. Este giro ha sido interpretado como un realineamiento con los postulados de Trump y ha derivado en la renuncia de David Shipley, editor de opinión, junto con otros periodistas emblemáticos del medio.
Este panorama obliga a los medios de comunicación a reinventarse, dejando de lado la opinión disfrazada de noticia y priorizando la pluralidad y la ética informativa. Los medios estadounidenses, que durante décadas se consideraron los guardianes de la verdad y el «estándar de oro» del periodismo, han visto cómo sus últimos años de alineación ideológica han erosionado su credibilidad.
El reto es monumental, pues implica reformatear ideas y desafiar dogmas arraigados en la formación de periodistas en los últimos 30 años. Como bien apunta Edgar Fernando Cruz en su columna Kilómetro Cero en La Jornada Maya:
«Los medios privados y públicos han fungido como un ente político, dirigiendo la opinión pública a favor de los gobiernos y de intereses empresariales. La estructura es vertical; lo horizontal de la libertad de expresión tiene su límite: libre mientras no se oponga a la llamada línea editorial.»
En un mundo en constante cambio, el equilibrio y la apertura en la producción de contenidos serán clave para restaurar la reputación de los medios. Solo así podrá nutrirse a la sociedad con información veraz y objetiva, en tiempos donde el relativismo permite la difusión indiscriminada de datos sin sustento ni ponderación. No se trata de imponer una «cultura de la cancelación», sino de establecer criterios confiables que permitan determinar el verdadero valor de la información.